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Sembrar la luna


Sembrar la luna

Reportaje sobre mi primer ritual menstrual


¿Azul o rojo?

Ella no se siente como todos los días, si es que todos los días se siente igual, pero esta mañana ha sucedido algo que la incómoda. Detesta su color, su olor, trata de evitarlo, de no darse cuenta, de que pase como si no pasara. La primera vez que ocurrió estaba en un campamento, por suerte había ido con su mamá, pero lo único que hizo fue esconderlo, luego fue más que evidente, entonces lloró y tuvo que confesarlo, no sabía por qué algo así había llegado hasta ella, si era una buena niña y la noche anterior no había pasado nada que lo que explicara.


Su mamá se rió, le dio un abrazo, y le explicó de la mejor forma que pudo lo que estaba sucediendo. Cuando regresaron a casa, corrió hacia el lavadero y en un arranque de rabia tiró en la basura los calzoncitos blancos, que esta vez no eran tan blancos… los dibujos de su ropa interior estaban llenos de sangre.


Enciende el televisor: con Nosotras olvídate de los accidentes. La rubia del comercial camina erguida y sonriente, su pantalón ajustado no revela ninguna indecencia. En la pantalla aparece una explosión de flores y colores, las toallas higiénicas que usa son suaves y tienen olor a manzanilla. Pero hay algo que la niña no entiende: el líquido es azul. Impecable azul que se derrama sobre la superficie esponjosa de la toalla… quizás por eso no lo había asociado y sentía que lo que le corría entre las piernas tenía que ser otra cosa, porque sus líquidos distaban mucho de ese color cielo, y se parecían más a una profunda herida.


Lo peor estaba por llegar, su madre le contó a la abuela, a las tías, a sus amigas y a su padre. Sintió tanta rabia, tanta vergüenza, ¿por qué tenían que hacer un comunicado público de su lamentable estado? ¿Acaso a ellas les hubiera gustado que toda la familia se enterara? Pensó en los beneficios que tienen los hombres: pueden orinar donde quieran, andar solos en la noche, no hacen de su intimidad un acto público, pero sobre todo nunca sangran, como ella, como todas.


Veintiocho días, un mes, cuatro meses y el accidente no se repetía, quizás ella sería un caso excepcional, que contra todo pronóstico de la naturaleza femenina tendría una vida pulcra.

Cuando cumplió 13 años regresó y esta vez no se fue más. Una pastilla rosada, una pastilla violeta, apretarse el estómago, comprar tamaño extra protección contra olores, llorar y querer dejar de ser ella, ser un él, apretarse el vientre de nuevo pensando que así iba a parar, preguntarle a sus amigas si está manchada, entrar al baño cada 20 minutos, renegar, tomar agua con canela, no entender, querer que se detenga aunque sólo dura tres días (sabe que hay mujeres a las que les dura incluso una semana, a veces agradece por esto).


Otra luna


Miró el calendario de su agenda y el pequeño círculo que indicaba sus días tortuosos estaba coloreado, justo para el primer día de campamento.

De nuevo aparecía el rojo para truncar sus planes, no bastaba con el paseo al mar donde se la pasó sentada en la playa o con la despedida del colegio a la que no pudo ir; no entendía por qué su mamá le decía que era una bendición, ella ya había agotado todas las blasfemias posibles para nombrarlo.

Salió a dar un paseo por la ciudad y mientras sentía las vibraciones en su vientre, síntoma infalible de la próxima aparición, recordó a una amiga que le habló de la luna roja, y justo como un mensaje del cielo se la encontró:


-Creo que ya no voy a ir al campamento.

-¿Por qué?

-Estoy en mis días y me parece incómodo acampar así, además no podré entrar a los rituales de vapor y siempre tengo cólicos muy fuertes.

-Pero si estar con la luna en el campamento es de lo más bonito que puede pasarle a una mujer…


No iba a un campamento convencional, este era una especie de retiro espiritual donde se reunirían mujeres de todo el país para compartir cantos, danzas y rituales alrededor de lo femenino, y aprenderían de las abuelas, las chamanas o sabedoras indígenas que dejaban su legado en la memoria de otras mujeres.


Estaba entusiasmada pero nerviosa, en esta ocasión decidió obviar las pastillas rosa ,y por primera vez se miró el vientre con cierta aceptación. Lo primero que hizo al llegar al campamento fue buscar un baño, quería cerciorarse de que todo estuviera en su lugar. Baños ecológicos, decía un letrero pintado en la pared, cortinas gruesas en vez de puertas, una letrina, un tarro lleno de tierra, un recipiente con agua, una pala y papel, además de un llamativo mensaje:


“El problema de nuestra sociedad es que no reconocemos nuestros excrementos, los tiramos a la basura, nos avergonzamos de ellos, los escondemos… el hombre va empezar un proceso de evolución cuando asuma su propia mierda, la mierda es oro; debe retornar a la tierra como un ciclo de alimentación, la tierra nos nutre a nosotros y nosotros debemos abonarla, la mejor manera es con nuestra mierda...”

Luego unas instrucciones:


Para que utilices este baño ecológico de la mejor forma puedes seguir estos pasos:

Relájate y recuerda que todo lo que sale de tu cuerpo es tan valioso como lo que entra.

Levanta la tapa de la letrina.

Cuando termines toma un poco de tierra (mínimo tres paladas) para tapar.

Si orinas vierte un tarro de agua.

Baja la tapa.

Agradece al universo.

Pd: para las mujeres que estén con su luna les recordamos que no deben tirar las toallas higiénicas al cesto de la basura, nuestra recolección de residuos es orgánica.


Salió del baño como si saliera de otra dimensión, recordó el de su casa, sin palas, sin tierra, sin letreros. Se sentía mal por no contribuir a la naturaleza, por tener tantos prejuicios, por parecerle horrible ese sistema ecológico, pero lo más grave era el asunto de las toallas, ¿a dónde las iba a poner?

La única luna que conocía era la luna llena, que por fortuna brillaba en el cielo.

La luna se siente adentro.


Serena es un nombre precioso cree ella, además de que el rostro de esa mujer inspira tanta tranquilidad que por unos instantes se olvida de su estado y se queda mirándola, mientras le habla de cosas que nunca había pensando o que tal vez como dice ella tenía en su interior pero no recordaba.


“Lo importante es que estés tranquila y aprendas a vivir tu luna, tu ciclo sagrado y poderoso de la manera más bonita y sanadora.”

Luego entró a una cabaña donde habían mujeres que parecían tejer, y un muchacho cantando: “ Agua de luz, agua de estrellas, pachamama viene del cielo, limpia, limpia, limpia corazón agua brillante, sana, sana , sana corazón agua bendita, calma, calma, calma corazón agua del cielo mamá…”


Serena le dijo que tenían que chumbarla, ponerle una especie de cinturón alrededor del estómago, para que pudiera estar en las ceremonias con la energía de su luna controlada.


Oriana le enseñó hacer los rezos: 13 pedacitos de tela roja, que simbolizan su ciclo femenino, rellenos de un poco de tabaco,( porque la energía del tabaco protege y limpia) amarrados con un hilo rojo para ponerlo alrededor del estómago. Ella armó cada rezo con toda la paciencia y cada vez que ponía un poco de tabaco hacia una oración para sanar su luna:


“Que cuando entre en mi ciclo no lo rechace

Que mi cuerpo, mi energía y mis sentimientos se limpien con mi luna

Que se vaya el dolor físico y el caos emocional cuando estoy en mis días

Que me acepte como una mujer maravillosa y creadora

Que comprenda que no es el rojo desastroso sino la luna que purifica, la que se mueve en mi vientre…”



La Siembra


Alzó los brazos y giró en círculos para que el cordón rojo del que colgaban los pequeños rezos le envolviera el vientre, luego Oriana le puso una hoja de borrachero sobre el ombligo, le dijo que esta planta la conectaría con la magia femenina de su sangre.


Esa noche participó de una ceremonia, la sentaron al lado de otras enlunadas y en vez de darle el bejuco del alma como también llaman al yagé, les dieron Sanpedro, un polvo amargo sacado de un cactus; se comió cuatro cucharadas y sintió cómo su cuerpo se hacía liviano, en su vientre veía luces de colores violetas, sentía un inmenso torrente dentro de ella… Annie, otra de las mujeres que estaba con su luna, le explicó que era normal lo que sentía, porque estaba trabajando por primera vez su esencia femenina y no la asumía de una manera despectiva, le contó que si estaba con la luna no podía tomar yagé, porque es una planta solar-masculina que no debe mezclarse con el ritual de purificación que viven las mujeres al sangrar.


Ella se sentó sobre un tronco y se quedó mirando la luna llena, mientras recordaba los días de la infancia donde había deseado no ser ella, y pidió perdón por todas las formas en que rechazó y lastimó su cuerpo al no escucharlo, ahora sentía que algo mágico ocurría adentro, sentía el poder de los rezos, la fuerza de sus intenciones.


Al día siguiente la despertó la luz amarilla del cielo, y una mujer se acercó a su carpa con una pequeña totuma llena de agua, le pidió que llevara su sangre al ochoka lunar, un espacio consagrado a rituales femeninos, porque era el día en que las enlunadas sembrarían su luna.

Muchos pensamientos le pasaron por la cabeza, las propagandas de toallas con esas mujeres impecables y el liquido azul, las conversaciones con las amigas del colegio en las que renegaban de su menstruación, el asco que tuvo durante años de su propia sangre… había estado guardando las toallas en una bolsa, no había manera de botarlas en el campamento y tuvo que ponerlas dentro de la totuma para liberar la sangre, se sentó frente a un árbol y encendió un poco de incienso, hizo una oración y mientras hablaba apareció una mariposa amarilla que revoleteaba alrededor de su cabeza, pasó un señor con una camiseta que tenia dibujada la luna llena mientras gritaba: Luna, luna, luna…llamando a su mascota; ella se río de las casualidades y se relajó, cuando el agua se había coloreado de rojo sacó las toallas y las regresó a la bolsa.


“El violeta es el color de la medicina de la mujer, estar con la luna es el momento más pleno, es la oportunidad que nos da la madre tierra de purificarnos, de sacar todo eso que no nos sirve más, tanto de nuestro cuerpo como de nuestro espíritu… El poder creador tiene que retornar a la madre, que es la tierra, si estamos en conflicto con nuestro femenino es porque lo despreciamos y nuestro más sagrado tesoro lo tiramos a la basura. Para eso sembramos la luna, para agradecer que podemos dar vida, para conectarnos con nuestra mujer salvaje, con la maga interna que todas tenemos, para perdonarnos y sanarnos, para cambiar la relación de objeto o desprecio que tenemos con nuestro cuerpo y reemplazarla por una visión maravillada de todo lo que somos y tenemos”: Serena.


Las mujeres del campamento se vistieron de morado, de lila, de violeta, casi todas llevaban faldas y ofrendas, algunas flores, otras incienso, agua en jarras de cristal, y los rezos con los que habían protegido su cuerpo la noche anterior. Entraron al bosque caminando en una fila y se hicieron alrededor del árbol lunar, que es lugar en donde se realizan las siembras. En las ramas de este árbol hay cintas de color violeta, una para cada dirección, y junto a las raíces un corazón hecho de margaritas. Cada mujer se acurrucó frente al árbol y entonó una oración o canto, mientras derramaban la sangre que llevaban en la totuma sobre la tierra llena de flores: “Agua agüita, agua agüita, agua agüita creadora, en la vida, en la muerte, todo en agua se disuelve... Agua y luz que se transforma en arco iris de colores…” Ella también se acurrucó y dejó que el agua fluyera, que se la bebiera la tierra, entregó esa parte de su cuerpo que le costó tanto aceptar y por primera vez sintió un amor inmenso de ser mujer y sobre todo de tener la luna.



Fotografias: Alejandra lerma

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