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Relato de creación


Relato de una deconstrucción

o cómo elaboré una página web que casi me cuesta la vida

fotografía: Alejandra Lerma




¿Cómo se escribe un texto para fundamentar un trabajo de grado? ¿debo elaborar una bitácora detallada, una investigación rigurosa? ¿ realmente puedo dar cuenta de merecer un titulo como comunicadora social (guión) periodista? La ansiedad me paraliza. Lo cierto es que he generado, comparado, citado, trabajado, suficiente material para elaborar un documento convencional, poblado de citas y lugares comunes académicos ( cierro los ojos y pasan enfrente de mí todas las tesis de referencia que tengo, la juiciosa escritura de mis amigos, de mis amigas, que les significó el derecho a graduarse. La ganancia de ese pequeño rectángulo de papel que debería hacer de sus vidas profesionales un lugar más firme, o al menos el orgullo de sus familias, expuesto en la pared de la sala)

¿Qué debo hacer yo?


Menstruar, siempre fue un verbo que evité conjugar y pronunciar en voz alta, un acto que me llenaba de miedo y parálisis. Aunque crecí en una familia donde el número de mujeres sobrepasa al de hombres (en un fin de semana corriente podemos estar doce) y era muy frecuente que alguna siempre estuviera menstruando, esperando la menstruación o refiriéndose a la menopausia, mi forma de asumir el sangrado mensual fluctuaba entre la ira y la profunda tristeza. Nada de naturalizarlo, ningún asomo de sana convivencia, ni una pizca de aceptación; por el contrario, cada mes tenía una excusa para reprocharle al universo el dictamen de mi anatomía. La realidad menstrual aparecía en mi vida como un llamado de atención inevitable.



Muchos de los ejercicios académicos que realicé tuvieron como eje temático el cuerpo femenino y sus ciclos, entre ellos la pregunta sobre la menstruación y sus representaciones. Fui acumulando inquietudes hasta convencerme de que debía darle un tratamiento más profundo al tema que tanto escozor me provocaba.


Me arriesgué presentando un proyecto cuyo tema central sería la menstruación, y digo me arriesgué porque en ese entonces ( cuya fecha no quiero recordar) la Escuela de Comunicación Social no contaba con ningún profesional en género que pudiera guiarme en el proceso; así fue como empezó a enredarse mi madeja, la terquedad conceptual no me permitió vislumbrar el lío personal y académico en el que me involucraba. Pasé por tres asesores de tesis, un par de colaboradoras, un bajo rendimiento, un semestre fantasma, un semestre cancelado… y ni una sola producción digna de ser presentada al comité académico como tesis de grado. ¿ Realmente lo estaba intentando o sólo usé mi tiempo quejándome y en el Facebook? Sé que usé mi tiempo para otro par de cosas: de manera paralela a mi improductividad universitaria, escribí tres libros de poesía y los publiqué, viaje a México, a Cuba, a Ecuador y Perú por mi labor literaria, obtuve cuatros premios, tres regionales y uno nacional en el ámbito de la poesía, trabajé en tres versiones del Festival de poesía de Cali dando talleres y apoyando la estrategia de comunicación, dirigí un colectivo literario, y obtuve durante dos años consecutivos la beca de estímulos de la Secretaria de Cultura de Cali, cuidé de mi abuela moribunda, enterré a mi abuela, cuidé a mi padre, enterré a mi padre, y pasé por la crisis depresiva más fuerte que he llegado a tener.


No voy a graduarme nunca, repetí tantas veces esa frase que se convirtió en un mantra. Aunque el proceso de escritura de cualquier tesis sea de pregrado o post doctorado implica cierto nivel de estrés y desconcierto, para algunas personas, como yo, puede significar un colapso total. No fui una estudiante mediocre, a pesar de mi escueta formación en el bachillerato y de venir de un pequeño pueblo en el que los accesos a actividades culturales se limitaban a las ferias de la piña y del despecho , logré conectar con el ritmo que demandaba la academia y siempre fui ganadora del estímulo, hecho que se traducía en la alegría de pagar sólo cincuenta mil pesos por semestre.


Saqué todo el jugo al puñado de lecturas que había acumulado ( casi todas de poesía) , y al privilegio de haber crecido en una familia curiosa intelectualmente, por encima de las circunstancias. Con un abuelo poeta, campesino y autodidacta, como referencia mayor de la inteligencia y la sagacidad, me preguntaba de vez en cuando por el lugar que yo ocupaba y que deseaba ocupar en el depredador mundo de la educación formal. Ya había logrado aprobar los 162 créditos correspondientes a las 46 materias, durante 10 semestres continuos, y había salido bien librada de la práctica profesional, en la que logré conectarme con la realidad de muchas mujeres en situaciones de violencia, además de enterarme, tristemente, como mis pequeñas reflexiones y teorías sobre el empoderamiento femenino, se quedaban cortas ante las abrumadoras realidades, sólo faltaba darle término al proyecto de grado y pasar página a mi pequeña etapa universitaria.


Usé todos los ciclos permitidos para elaborar el trabajo de grado, y no lo elaboré. Cambié de dirección un par de veces, me convencí de no querer hacer una monografía, un documental, un texto duro, vi la posibilidad de anclar lo aprendido en una plataforma web y algo de sosiego llegó a mi realidad. Justo cuando las cosas comenzaban a tomar forma: había elegido un nombre con el que me sentía cómoda y reflejaba mi idea central, tenía pensado el acompañamiento ilustrativo, y logré concebir las categorías temáticas, se apoderó de mí el convencimiento de no ser capaz de llevar a cabo lo pensado. Sentí que cualquier cosa que pudiera decir al respecto sería fatua, no quería citar y citar infinitamente, pero tampoco me sentía en la capacidad de producir un nuevo conocimiento o por lo menos reflexiones atinadas. Dudé de mi lugar en la academia y dudé de mi lugar en el mundo. Me parecía inconcebible la idea de transitar una realidad en la que un requisito formal, como lo es un trabajo de grado, cobrara tanta importancia como para desequilibrar todo lo que soy.


Mi familia siempre ha sido una gran compañía, jamás me reprocharon el tiempo que malgasté ( se supone que debía graduarme en el 2013, estamos en el 2017, cuatro años de retraso no son algo que obviar) , sin embargo la sensación de vergüenza y asfixia llegó a tal grado que decidí acabar con todo. Usé cien somníferos y un pote de helado para salir de aquí, estuve tres días inconsciente, ocho en la sala de la UCI, y quince más recluida en un centro de atención psiquiátrica. La tesis, la tesis, la tesis, era mi respuesta a todo lo que me preguntaban los especialistas. ¡Con las desgracias que ocurren en el mundo y yo encasillada en un asunto tan pequeño!, ya decía Pessoa que los dolores no pueden compararse. Además, después de todo el viaje por el reino de la muerte y la demencia , la tesis seguía sin hacerse y el calendario corriendo.


Hice un viaje al mar, viví un par de meses en una cabaña, leyendo y escribiendo poesía. Elaboré una suerte de diario sobre mi experiencia de reclusión y las terapias psiquiátricas: “ Podría ser cualquiera”, es el nombre con el que bauticé a esos textos, tan carentes de sol, tan minados de pastillas; la frase me vino de una conversación con la psicóloga, mientras yo le reprochaba esa manía de ponernos etiquetas, le pregunté si era posible calificar a cualquier mortal bajo esos dictámenes, tan fríos, tan herméticos… su respuesta fue cortante: podría ser cualquiera.


La primera entrada habla de la menstruación. El cinismo de la vida alcanza límites insospechados, había decidido morir por mi incapacidad de elaborar un documento sobre la sangre que desechamos las mujeres, y volvía a la “vida” sangrando, corrí para que no me alcanzara el miedo y el miedo se posó frente a mi rostro:


Noche 1

Orino a oscuras, siento un círculo helado que se adhiere a mis nalgas, el frío me contrae. Escucho como cae el agua de mi cuerpo y se entremezcla con el agua del baño. Estoy menstruando, no veo nada, sé que todo es rojo y no veo nada, aquí apagan la luz después de las nueve de la noche, todas las puertas quedan abiertas y nos prohíben usar piyamas con tiras ( dicen que podríamos ahorcarnos, jamás se me ocurriría una huida tan ridícula) . Estoy segura de que un hilo de sangre ha resbalado por mi pierna, para confirmar el desastre tendré que esperar a que sean las seis de la mañana y el enfermero me arruine el sueño.


Tarde 3

Desde aquí comprendo mejor el mundo, nadie se molesta en fingir, el asunto de las apariencias queda tan relegado como la sobriedad, todos somos alucinaciones. Jamás me sentí tan presa y tan libre, tan vigilada y tan dispuesta a hacerlo todo, tan sola, tan habitada de presencias, jamás había dormido con somníferos y gritos de fondo, nunca me habían despertado los aullidos, y una sopa jamás lució tan bien en un día frío. Me da lastima que vengan mis amigos a visitarme, no entienden nada, creen que nosotros somos los extraños, ni siquiera sospechan que es el territorio de afuera el que se esconde, el que huye de sus propios instintos, el que se pone corbata y se maquilla los labios para jurar cordura… aquí todos somos reales, con todas las vísceras expuestas, conocemos la totalidad de matices de la voz y el pensamiento, los vicios de la carne, los juegos y los pálpitos, mis amigos no saben nada sobre esta verdad. Los cólicos menstruales me impiden escribir, mamá no va a consolarme con un té de canela.


Tarde 7

El tiempo se mide con la luz, las ventas permanecen cerradas. Hace siete días que no veo un pájaro. Diana se tomo un frasco de veneno para ratas y le dieron la única habitación con vista a un árbol. Por las tardes, cuando mamá viene a verme, me guardo algunas galletas de naranja y las meto por debajo de la puerta, Diana me prometió que mañana me dejará asomarme ante la claridad por tres minutos.

Extraño mi vida, pero disfruto de este hospedaje como de una isla.


Fragmentos de Podría ser cualquiera- diario de mi estancia al filo de la cordura.


Como en una isla, descripción literal de mi inmovilidad. Trabajo de grado 1 y 2, continuación 1 y 2 del primer ciclo, 1 y 2 del segundo ciclo, y yo en la isla. Papá me juró que moriría primero que yo, un año y medio después de mi intento de suicidio, cumplió su promesa.


Recuerdo que uno de los argumentos que el profesor Hernán Toro nos dio para justificar la ausencia de parciales en su clase de análisis textual tenía que ver con las emociones “ yo no puedo reducir el proceso que ustedes han tenido a lo largo de este curso, en una hora de examen, se les puede haber muerto el gato esa mañana y todo lo van a contestar mal”. Se me murieron más que gatos escribiendo esta tesis. Tres funerales y un estado de coma. Comprendo, racionalmente, que el ritmo académico no puede estar sujeto al ritmo emocional de quien estudia, y quien enseña, no serían posibles procesos y resultados eficientes, al menos no en el modelo de mundo en que vivimos, pero también me agobia no poder ser humana, fingir tanta cordura, tanta impostura, tanta certeza en un mundo caótico e irracional, donde a decir verdad yo no puedo escribir más que poemas cuando la depresión me atraviesa. No soy útil ante las demandas del mundo, no encajo, no podría trabajar en un periódico y contarles que estoy triste y detenida, y aún así he trabajado y me han dado cartas de recomendación y felicitación por mis labores.


La muerte de mi padre no fue un suceso, es un estado, papá se muere todos los días de mi vida. Cuando recibí la carta del programa académico solicitando mi trabajo final, pensé en romperla y dejar todo inconcluso, a fin de cuentas una de las personas que mas me ha amado no estaría para abrazarme al recibir un titulo. Ante la muerte todo parece vacuo. Mamá insistió en que solicitara una prorroga, ¿ otra? ¿Cómo iba a garantizar que esta vez saldría victoriosa?



Mis padres son agrónomos, conocen la tierra y sus ciclos. Como el bambú, dice mamá, que tarda

( en apariencia) siete años en retoñar, pero ha usado todo ese tiempo en expandir sus raíces, muy callado, muy quieto, y de repente, en seis meses eclosiona y el crecimiento se produce. Los ojos inexpertos creerán que crece rápido, las manos de quien siembra y cuida, saben que el tiempo es subjetivo. Tal vez en eso consista mi ritmo, aunque parece detenido se fragua de a poco.


La llegada de la primera menstruación se ha vivido ancestralmente como uno de los momentos fundamentales en la vida femenina, un ritual de paso entre la niña y la mujer; la posibilidad de albergar vida en el vientre se consideraba como un regalo divino, que merecía ser honrado. De cierta manera la elaboración de este trabajo funciona como mi versión ritual de trascendencia: la indagación y el reconocimiento de mis miedos, la concepción creativa, el trabajo cotidiano, el viaje a tientas y el encuentro rojo y sereno, que confirma la incertidumbre, pero ya no desde la agitación, sino como un lugar donde todo es posible, donde todo puede ser recreado y re nombrado. Mi ciclo menstrual ha dejado de ser un acto silencioso en el que ocultaba mi desprecio, Menstruar en Voz Alta se convirtió en una fuente de significados que concilian mi cuerpo y mi realidad.

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