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Si los hombres menstruaran

Si la experiencia menstrual pudiera manifestarse en la anatomía masculina ¿ cómo sería? ¿ podrían ser las relaciones de género más amables, existirían menos prejuicios y señalamientos? ¿ cómo se enunciaría el cuerpo desde el discurso médico y publicitario?


Esta pregunta puede responderse desde diferentes lugares, obviando la imposibilidad orgánica de dicho suceso, la activista feminista y escritora Gloria Steinem, que siempre ha estado interesada en analizar y debatir sobre el lugar del cuerpo femenino en la sociedad, escribe una reflexión agitadora sobre cómo serían las cosas si ellos menstruaran.


Para acompañar esta entrada traigo a relación un video parodia diseñado por la organización británica WaterAid, que se encarga de llevar agua potable e instalaciones sanitarias a muchos lugares en situación de extrema pobreza alrededor del planeta. Para conmemorar el día de la higiene menstrual concibieron esta campaña que simula las condiciones en las que los hombres blancos del primer mundo podrían vivir su periodo menstrual. Mostrando un anuncio publicitario de tampones masculinos, nos cuentan que hasta la NASA se involucra para mejorar el diseño y otorgar una experiencia más cómoda. Porque los asuntos de los hombres merecen toda la atención.


Ambos discursos se centran en la idea preponderante de masculinidad, para reinterpretar un suceso biológico que ha sido minado de prejuicios y estereotipos, y nos devuelven un panorama donde la menstruación se enuncia con mayor respeto y como un tema prioritario de salud.







¿ Qué pasaría si los hombres menstruaran?

Por

Gloria Steinem


“Una minoría blanca del mundo se ha pasado los siglos intentando hacernos creer que la piel blanca hace a la gente superior, a pesar de que lo único que hace en realidad es que la mayoría de quienes la tienen note más el efecto de los rayos ultravioletas y de las arrugas. Los seres humanos hombres han construido incluso culturas enteras en torno a la idea de que la envidia del pene le es “natural” a las mujeres, a pesar de que podría decirse que tener un órgano tan mal protegido hace vulnerables a los hombres, y que la envidia al vientre, por el hecho de que éste permite engendrar vida, tendría que ser, como poco, igualmente lógica.


Resumiendo, se piensa que las características de quienes tienen el poder, sean cuales fueren, son mejores que las características de quienes no tienen el poder; y esto no tiene nada que ver con la lógica.


¿Qué ocurriría, por ejemplo, si de pronto, por arte de magia, los hombres pudieran tener la menstruación y las mujeres no?


La respuesta está clara: la menstruación sería un acontecimiento de hombres totalmente envidiable y del que se podría presumir:


Los hombres hablarían del tiempo de duración y de la cantidad de su período.


Los muchachos celebrarían el inicio del periodo -ansiada prueba de su masculinidad- con rituales religiosos y fiestas sólo para hombres.


El Congreso subvencionaría el Instituto Nacional de la Dismenorrea para combatir las molestias del mes.


Compresas y tampones recibirían subvenciones federales por lo que serían gratuitas. (Lo que no implicaría, sin duda, que algunos hombres prefirieran pagar por marcas comerciales de prestigio, como los tampones John Wayne, las compresas a prueba de combas Muhammad Alí, los suspensorios menstruales Joe Namath, “Para tus días de soltero”, y las compresas con alas de Robert “Baretta”.)


Los militares, los políticos de derechas, y los fundamentalistas de la religión citarían la menstruación (“men”, en inglés, significa “hombres”, + “struación” como prueba de que sólo los hombres pueden servir en el ejército (“debes poder dar tu sangre para tomar la sangre de otros”, ostentar cargos políticos (“¿tienen las mujeres la capacidad de ser agresivas cuando no tienen este ciclo constante que viene regido por el planeta Marte?”, ser sacerdotes o ministros (“¿cómo podría una mujer dar su sangre por nuestros pecados?” o rabinos (“sin la pérdida mensual de lo impuro, las mujeres no están limpias”).


Los hombres radicales, los políticos de izquierda, los místicos, por su lado, insistirían en que las mujeres son iguales sólo que diferentes, y en que cualquier mujer podría unirse a ellos siempre y cuando estuviera dispuesta a autoinfligirse una herida importante al mes (“DEBES dar tu sangre por la revolución”, a reconocer la importancia prioritaria de los temas menstruales, o a subordinar su yo a todos los hombres en su Círculo de Ilustración. El hombre de a pie presumiría siempre (“Yo tengo que ponerme TRES compresas”o al contestar un elogio de un compañero (“Qué bien te veo, chico” chocaría las cinco y diría: “Claro, tío, ¡estoy con el trapito!”. Los programas de la televisión tratarían el tema continuamente. (“Happy Days”: Richie y Potsie intentan convencer a Fonzie de que sigue siendo “El Fonz” aunque lleve dos meses seguidos sin el periodo.) También los periódicos. (MIEDO A TIBURONES AMENAZA A HOMBRES CON PERIODO. JUEZ ADMITE ESTRÉS MENSUAL COMO ATENUANTE EN VIOLACIÓN.) Y el cine. (Newman y Redford en ¡”Hermanos de sangre”!)


Los hombres convencerían a las mujeres de que hacer el amor es más placentero “justamente en estos diítas”. Se diría: las lesbianas temen la sangre y por tanto la vida misma, aunque eso será porque nunca se han topado con un verdadero hombre menstruante.


Los intelectuales, sin duda, ofrecerían los argumentos más morales y lógicos. ¿Cómo va una mujer a dominar las disciplinas que requieren un sentido del tiempo, del espacio, de las matemáticas o la medida, por ejemplo, si no dispone de ese don innato para la medición de los ciclos de la luna y los planetas, y por ende, para la medición de cualquier cosa?


En los enrarecidos campos de la filosofía y la religión, ¿podrían las mujeres hacer algo para compensar el no poder percibir el ritmo del universo, o su falta de contacto mensual con la muerte y la resurección simbólicas?


Los liberales de todos los campos intentarían ser amables: el hecho de que “estas personas” no tengan el don de la medición de la vida, o de la conexión con el universo -explicarían- es suficiente en sí mismo como castigo.


¿Y cómo se entrenaría a reaccionar a las mujeres? Las mujeres tradicionales -se puede imaginar- estarían todas de acuerdo con todos los argumentos, aceptándolos con tenaz y sonriente masoquismo. (“La ERA [Ley de Igualdad de Derechos, 1923, que no fue implantada al final] obligará a las amas de casa a hacerse una herida cada mes”: Phyllis Schlafly [una especie de Nancy Reagan]. “La sangre de tu marido es tan sagrada como la de Jesús; ¡y además, muy sexy!”: Marabel Morgan.) Las reformistas y las Queen Bees intentarían imitar a los hombres, pretendiendo tener el ciclo mensual. Todas las feministas explicarían una y otra vez que los hombres también necesitan ser liberados de la falsa idea de la agresividad marciana, al igual que las mujeres necesitan escapar al esclavismo de la envidia a la menstruación. Las feministas radicales añadirían que la opresión de lo no-menstrual es el patrón por el que se rigen todos los tipos de opresión (“La población vampira fue la primera que luchó por la libertad!”, Las feministas culturales desarrollarían una imaginería sin sangre para el arte y la literatura. Las feministas socialistas insistirían en que es el capitalismo el que permite que los hombres monopolicen la sangre menstrual…


De hecho, si los hombres tuvieran el periodo, las justificaciones del poder podrían ser interminables… Bueno, pero eso sólo si les dejáramos.”


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