Usar la copa menstrual
La Copa Menstrual
Otra manera de entender mi cuerpo
Antes
Durante seis años de mi vida menstrual utilicé toallas higiénicas, tomé pastillas para los cólicos y alimenté un profundo odio hacía mis ovarios. La idea bíblica del pecado cobró realidad en mi cuerpo y sentía como una verdadera condena el acto de menstruar cada mes. Más allá de las explicaciones biológicas y sexuales sobre mi organismo, me negaba a aceptar la convivencia con un flujo incomodo que ponía en pausa mi vida habitual. El uso de la copa menstrual cambió drásticamente la relación física y simbólica que hasta entonces había construido.
Como muchas mujeres oculté los síntomas, evité conversaciones al respecto, y mantuve la experiencia como un suceso intimo, sin ningún significado exterior. Aunque sintiera que era una carga demasiado pesada para llevarla sola.
Recuerdo que la primera referencia que tuve de la menstruación vino directamente de la televisión, y en correspondencia al lenguaje de la publicidad, aprendí los eufemismos más suaves para nombrarla. Podía decir, por ejemplo, estoy en mis días, tengo una visita, me llegó… y así, salía victoriosa del enredo de exponer las cosas tal y como son. Viví la vergüenza de manchar la falda del colegio, el miedo de enfrentarme a un tampón, la rabia de renunciar a viajes, y sobre todo la profunda confusión de no lograr comprender cómo es que algo tan desagradable determinaba mi crecimiento y me ponía delante la posibilidad de ser madre.
La manera en que nombramos ciertos acontecimientos, determina, en gran medida, la forma en que nos sentimos hacia ellos. La mayoría de mujeres crecimos en espacios en los que la sangre menstrual no se podía nombrar, o era señalada con apodos despectivos. Pasé toda mi época del colegio maldiciendo mi periodo.
La búsqueda
Cuando ingresé a la universidad me interesé por los estudios de género y conocí la premisa de la incidencia política del cuerpo. Así que me fui preguntando a cerca de mi relación corporal y emotiva con el asunto de menstruar:
¿ Cómo había construido una relación tan negativa a cerca de mis ciclos naturales?
No existe una respuesta única, como cualquier persona estoy construida por múltiples circunstancias, pero también creo que si algo nos enlaza a casi todas las mujeres, es la experiencia de menstruar, y concebir dicho acto como algo negativo.
Hice un viaje al Cauca para conocer de cerca una eco aldea sobre la que me habían hablado, en la que de forma permanente se reúnen mujeres para compartir sus experiencias cíclicas, como la de ser madres, abortar, entrar en la menopausia o menstruar. Circunstancias que el cuerpo femenino a traviesa, casi siempre con una gran cuota de dolor. Escuchar tantos relatos e historias similares a la mía, me hizo sentirme acompañada y menos avergonzada de enunciar mi intimidad. Las mujeres de ese encuentro profesaban una gran diversidad de creencias, pero en conjunto decidimos hacer un ritual, como una restauración simbólica de nuestra relación con la sangre menstrual. Estaba menstruando, así que podría vivir el ritual en su totalidad.
Hasta ese momento desconocía otras formas de contener la sangre distintas a las toallas y los tampones, a excepción de otra chica y yo, todas utilizaban la copa menstrual. Cuando nos pidieron recoger nuestra menstruación en un recipiente, me quedé asombrada. Tuve que dejar a un lado mis barreras a cerca de lo higiénico y lo saludable, para humedecer las toallas con un poco de agua y exprimirlas. El resultado fue un rebosante tazón de líquido rojo. Una de las lideres del grupo nos llevó junto a un gran árbol y nos pidió que derramáramos la sangre en las raíces. Luego algunas cantaron y otras hicieron plegarias. Me sentí extraña, tal vez porque no participaba en una ceremonia desde que me obligaban a asistir a las misas católicas cuando era niña, pero algo de lo que ocurrió en ese espacio me hizo sentir distinta en relación a mi corporalidad.
Vivo sola, en un pequeño pero acogedor apartamento, y lo más parecido que tengo a un árbol sagrado, es una matera con una planta de sábila. Como me había gustado el ritual de la eco-aldea, comencé a regar mi planta una vez al mes con mi sangre. Resultó ser un buen fertilizante y me dio la posibilidad de apreciar mis fluidos como un elemento productivo que no sólo podía botarse. Los rituales cobran significado en la medida en que los conectamos con los actos cotidianos y las ideas que tenemos de los trascendente.
La copa, un símbolo y una nueva realidad
Descubrí la copa menstrual, y digo descubrí, como si estuviera colonizando un nuevo territorio, porque fue todo un acontecimiento encontrarme con un método tan antiguo y eficaz para reemplazar las toallas y su alto costo. La copa es un recipiente pequeño elaborado con un material hipo alergénico, que se introduce en la vagina y funciona como una especie de cántaro en el que la sangre cae, cuando está lleno se vacía, luego se enjuaga y el proceso se repite. Algo parecido a un tampón pero con la diferencia de que no absorbe ni se desecha, además que permite medir la cantidad de sangre que generamos y conocer más sobre nuestra anatomía.
Tardé casi un año en aprender a usar la copa menstrual, no precisamente porque sea una gran dificultad, sino porque el miedo me paralizó. Busqué en internet toda la información existente al respecto, hablé con amigas que llevaban años utilizándola, y hasta consulté a una ginecóloga. Aunque estaba convencida de su utilidad, su impacto positivo en el medio ambiente, y su eficacia, algo en mí se resistía.
La primera vez que intenté utilizarla terminé frustrada frente a mi incapacidad para ponerla, pero sobre todo por la sensación de asco que representaba para mí introducir mis dedos en mi vagina y sentir directamente el fluido menstrual. Opté por usar una toalla convencional y dejé la copa en el olvido un par de meses. Tal vez yo no era una de esas mujeres que podía reconciliarse con su corporalidad.
Asistí a un diplomado en debates clásicos de género y volví a conectarme con mujeres que utilizaban la copa como forma alternativa de contención de la sangre. Pensar en mi copa olvidada en un cajón me retorció las emociones. El segundo intento resultó más efectivo que el primero, respirando con tranquilidad y siguiendo las instrucciones pude introducirla con facilidad. La copa está diseñada en un material flexible que permite doblarla , reduciéndola a la mitad de su tamaño, cuando se acomoda en el interior de la vagina se despliega recobrando su forma inicial.
Una de las mayores dificultades que las mujeres experimentamos al utilizar la copa menstrual tiene que ver con el desconocimiento de nuestra anatomía. El miedo y la distancia que han sido instauradas en el discurso del autocuidado: “no tocarse”, como un dictamen del buen comportamiento, ha funcionado como una efectiva sentencia de lejanía con nuestra naturaleza. En mi caso personal, aunque había descubierto mi cuerpo a través de la sexualidad, jamás había hecho una exploración tan profunda de mi genitalidad, como a la que me veía abocada cuando introduje la copa. La percepción de mi cuerpo se vio transformada de distintas maneras, conocí la cantidad real de flujo que implicaba mi menstruación, y al no entrar en contacto con un material absorbente la sangre no toma ni un olor ni una coloración distintas a la natural, eso me hizo sentir más a gusto y en sintonía con mi ciclo. Puedo nadar, usar ropa ajustada, hacer ejercicio y dormir cómodamente mientras utilizo la copa; aunque me costó un poco acostumbrarme a la dinámica de reutilizar un producto para la higiene menstrual y tuve que superar barreras corporales y emotivas, en la actualidad siento que es la opción más saludable con mi cuerpo.